martes, 21 de abril de 2009

PEREGRINACIÓN A TIERRA SANTA POR CARMEN LACOBA

PEREGRINACION DIOCESANA A TIERRA SANTA

20 – 27 de agosto de 2.008



Mucho me habían hablado de Tierra Santa, siempre en sentido positivo, y siempre me parecieron aquellos testimonios una invitación a ir a los Santos Lugares. Era añoranza y esperanza de poder ver cumplido mi gran deseo durante tantos años. Pero, como todo en esta vida tiene su momento, se ha visto cumplido ahora, debía de ser así y no antes. Dios sabe hacer bien las cosas.

Vivimos los días previos a la peregrinación con especial emoción, preparándonos mediante lecturas adecuadas, aproximándonos cada día a la gran experiencia de visitar el País de Jesús.

Una vez allí, todas las expectativas se fueron cumpliendo y con creces. Cada día eran nuevas experiencias y vivencias fuertes, que nos mostraban, sobre todo, el gran Amor de Dios hacia nosotros. Todo nos revelaba su gran corazón. Percibíamos que nuestro entendimiento se despertaba. ¡Todo lo entendíamos!. Era tan fácil.
La explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes (Salmo 118).

Nuestro guía nos mostraba el País de Jesús tal cual, siendo capaz de hacer brotar en nosotros un gozo que nos hacía exclamar: ¡Señor, estoy en tu tierra, estoy pisando tu tierra, estoy rezando en tu tierra!.

Mis primeros recuerdos se centran en el Monte Tabor (creo que me hubiera quedado allí durante horas). Me explicaba nuestro Obispo: “La Transfiguración da paso a la desfiguración. Desde el Tabor se vislumbra el Calvario”.

En el Primado de Pedro, donde celebramos la Eucaristía, al aire libre bajo frondosos y añosos árboles y …. Al fondo el lago. Nuestro Obispo nos invita a valorar más la Iglesia y pedimos porque esta Eucaristía nos ayude a ello. Pude besar aquella piedra (Mensa Christi) donde, según la tradición, Jesús preparó el desayuno para sus discípulos.

Caná, Nazaret, Cafarnaum, Casa de Pedro, Las Sinagogas.

Monte de las Bienaventuranzas, donde Jesús sube, como Moisés, se sienta, con calma, y desde aquella Cátedra enseña: “Bienaventurados …” (Mt. 5). Mis ojos se cierran y puedo verlo y oírlo, ¡es tan fácil! . Pude besar aquella piedra donde tuvo lugar la multiplicación de los panes y los peces, mientras pensaba: ¡Cuantas son mis limitaciones. Solo tengo 5 panes y 2 peces. Tu sabrás multiplicarlos!.

Inolvidable fue el paseo por el Lago Tiberíades y la oración, la reconciliación: vuelves a sentir el abrazo del Padre. Esa respuesta del hebreo cuando le saludan:¡Que la luz inunde tu vida!, era justamente lo que sentíamos en medio del lago. La Luz que nos inunda.

Comemos junto al lago y continuamos peregrinando hacia Haifa, donde subimos al Monte Carmelo. Celebramos la Eucaristía en el Santuario Stella Maris y recibimos el escapulario de la Virgen del Carmen. Visitamos la gruta del profeta Elías, situada bajo el altar, lugar muy visitado por los judíos, que vienen a orar.

La emoción es grande en el Jordán. El Padre Emérito me vuelve a bautizar, siendo ahora consciente de lo que supuso en su día este Sacramento, que me hizo hija de Dios y de la Iglesia, y tener como nombre propio La amada de Dios.

Dejamos la tierra de Neftalí, Tiberiades, para llegar al territorio de Isacar, pasando por el territorio de Manasés. Estamos atravesando la geografía bíblica del Antiguo y Nuevo Testamentos, para llegar al desierto de Judea.

Visitamos la zona que habitaron los esenios (Qumran), Jericó, el mar Muerto (…), Monte de las Tentaciones y la zona donde Zaqueo se encontró con Jesús, como ha hecho durante toda la peregrinación, que ha querido encontrarse con tantos Zaqueos como íbamos: ¡anda, baja ya de ese árbol, porque hoy quiero comer contigo!. ¡Qué fácil nos lo pones, Señor!.

Peregrinamos hacia Betania, lugar de los amigos de Jesús, lugar de la Amistad. Podemos sacar tantas enseñanzas de este lugar…., solo hay que fijarse bien en el pasaje evangélico. Betania era un lugar de descanso para Jesús, cansado de caminar por los caminos polvorientos de campos y colinas, sin tener donde reclinar su cabeza. Recordamos el pasaje evangélico que nos habla del amor apasionado y contemplativo de María y del amor servicial de Marta.

Al atardecer, “entramos en Jerusalem”, cantando “que alegría cuando nos dijeron …”.

Cuantas sensaciones percibes en ti misma y en el resto de los peregrinos. Solo hay que prestar atención a sus comentarios …, sus caras …, mientras nos comenta D. Francisco “hemos hecho la subida a Jerusalem, desde el Tabor, pasando por el desierto, hasta pisar la ciudad tres veces santa”, palabras que pueden ser aplicables a las diferentes etapas de nuestra vida.

Visitamos con respeto el Muro de las Lamentaciones, que es el principal centro religioso de Jerusalem y el lugar de reunión del Shabat, donde se ora y se reza como si fuera una sinagoga.

Llegamos a Getsemaní. No olvidemos que toda esta zona es el Huerto de los Olivos. Celebramos la Eucaristía en la Basílica de la Agonía …”mi alma se muere de tristeza …” , Jesús busca consuelo en sus amigos del alma, como hizo en Betania, pero ellos “estaban dormidos”. Aunque Dios no abandona nunca a quién está constantemente en su vida, su Hijo amado. Todo esto ocurrió en este mismo lugar, lo puedes sentir y ver, ¡es tan fácil!.

Visitamos la gruta de la Ascensión de María, iglesia bizantina que custodian los ortodoxos griegos. Este lugar es recordado como el sitio del Prendimiento del Señor.

Vamos hacia el lugar desde el que el Señor ascendió a los cielos, situado en el interior de una pequeña mezquita, donde las comunidades cristianas celebran todos los años la fiesta de la Asunción, por una concesión especial.
Peregrinamos hasta Dóminus Flevit, la pequeña capilla, construida en forma de lágrima, permite al peregrino adentrarse en el dolor de Jesús, que al ver la ciudad, lloró por ella: “Jerusalem, Jerusalem, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados ¡Cuantas veces quise reunir a tus hijos, a la manera que la gallina reúne a sus polluelos, y no quisiste! (Lc. 19,41-44).

Descendemos contemplando las murallas de Jerusalem y llegamos a Casa Nova, albergue franciscano donde tenemos la comida. Todos sabemos que los Padres Franciscanos custodian con esmero y devoción estos Santos Lugares, acogen y guían a los peregrinos, mantienen diferentes obras asistenciales (…) Todos sabemos que llegaron aquí hace ocho siglos, y esperamos que continúen muchos más.

Contemplamos las capillas franciscanas de la Flagelación y de la Condena donde se puede ver un bellísimo relieve que reproduce a Pilato lavándose las manos y unos esclavos levantan la Cruz para entregarla a Jesús. En dos capillas laterales existen unas tallas representando al Ecce Homo y a Jesús con la Cruz a cuestas.

Aquí comenzamos el Vía Crucis por la Vía Dolorosa, recorremos el mismo camino que Jesús pisó agotado y moribundo, camino del Calvario. Y aunque rodeados de multitud de peregrinos de distintas confesiones, podemos sentir la presencia y el dolor de Jesús bajo el peso de su Cruz.

Terminamos el rezo del Vía Crucis a las puertas de la Basílica del Santo Sepulcro. Es impactante la cantidad de personas con que nos encontramos, así como la mezcla de ritos de las celebraciones: los franciscanos, con sus cantos y procesión por una parte de la iglesia; los ortodoxos griegos, con su barroca liturgia; y los coptos con sus llamativos ropajes.

Ante esta aglomeración, tenemos que abstraernos de la realidad, cerrar los ojos y revivir lo que allí ocurrió: Aquí sufrió Jesús por nosotros la más terrible de las muertes. Murió por amar.

Todo nos recuerda aquellos acontecimientos: desde la piedra de la entrada, que recuerda el lugar donde fue embalsamado su cuerpo, pasando por la subida al Calvario (desgraciadamente no se le ve, pero está allí y podemos tocar la piedra donde se apoyó su cruz), hasta la visita de su sepulcro.

Desde allí, volvemos a Getsemaní para celebrar nuestra Hora Santa, con exposición mayor del Santísimo. Fue como estar en el cielo, los cantos, las reflexiones de nuestro Obispo, “solo se tiene plenitud de vida estando junto al Señor, siguiéndole y conociéndole aún más”, el silencio se agranda y solo se rompe con el canto”Nada te turbe …”.

La nueva etapa de nuestra peregrinación nos lleva a Belén, y el P. Nicolás nos advierte que todo el año es Navidad. Que hay que enamorarse de las cosas pequeñas y, así, la vida se volverá una fiesta …. A los, nos dice, matrimonios, hay que morir día a día el uno por el otro, regalándoos pequeñas cosas.

En Belén celebramos la Eucaristía en la Basílica de Sanctae Catherinae Virgini et Martiri. El protagonismo recayó en los peregrinos más jóvenes, ofreciéndoles nuestro Obispo como recuerdo una estrella. En su acogida, el Sr. Obispo nos invita a recordar a nuestras familias y a pedir por los que no tienen el don de la paz.

Visitamos la Basílica de la Natividad, que es compartida por católicos, ortodoxos y armenios, en su cripta se encuentra la gruta de la Natividad, donde una estrella de plata indica el lugar del nacimiento de Jesús, con una inscripción que dice “Aquí de la Virgen María nació Jesucristo, nuestro Salvador”.

De Belén nuestro camino nos lleva al Campo de los Pastores, donde existe una iglesia construida como una tienda de pastor y la caracteriza la luz y las pinturas, que nos invitan a seguir alabando y dando gloria a Dios, como ellos hicieron. (Lc. 2 8-20).

Por la tarde, peregrinamos a Ain Karen, “la fuente de la viña”, hasta allá fue María para visitar y ayudar a su prima Isabel. Nos encontramos con dos magníficos santuarios: el de la Visitación, donde rezamos el Magnificat, y el de San Juan Bautista, patrimonio importante de los franciscanos, que nos parece una joya y esperan restaurarlo en breve (los judíos lo admiran por su belleza).

Al caer de la tarde, hacemos el camino de regreso a Jerusalem. Por deseo del Sr. Obispo y como fruto de esta peregrinación, se crea la Asociación de Amigos de Tierra Santa de la Diócesis de Coria-Cáceres. Allí mismo surgieron 33 socios fundadores, a los que el Sr. Obispo entrega una fotografía con el canto del Benedictus y la cruz de Jerusalem. Nos da las gracias el responsable de Anástasis Tours y nos dice que de Tierra Santa tenemos que hablar al llegar a casa, nosotros debemos transmitir el quinto Evangelio. Nos entregan el certificado de Peregrinos y acabamos el día “sintiendo las agujetas del peregrino, pero con el corazón lleno de PAZ”.

Al siguiente día visitamos la Iglesia de San Pedro Gallicantum, que conmemora las tres negaciones de Pedro durante el proceso de Jesús. Celebramos aquí la Eucaristía, especialmente ofrecida por los voluntarios de las diferentes asociaciones que integran la peregrinación. En la acción de gracias el Sr. Obispo obsequia a los Padres Franciscanos que nos acompañan, con recuerdos traídos desde Cáceres.

Visitamos el Cenáculo, la sala alta de la que nos hablan los Evangelios de Marcos, Juan y Los Hechos de los Apóstoles. No solo nos recuerda la Última Cena, sino también Pentecostés y tantas cosas más…

Debajo del Cenáculo oramos ante la tumba de David, lugar santo de los judíos y tan visitado como el mismo Muro de las Lamentaciones.

Seguidamente, visitamos la Iglesia de la Dormición de María, donde se encuentra la cripta, bajo cuya cúpula descansa una imagen policromada de la Virgen Dormida. El ambiente invita al recogimiento y la oración. Entre otras muchas imágenes nos encontramos con su advocación de Guadalupe (…).

De camino a Casa Nova para la comida, recorrimos el Cardo Máximo con sus impresionantes columnas y calzada romana.

Durante la tarde, que tuvimos tiempo libre, he vuelto al Santo Sepulcro y, concretamente, a la Capilla del Santísimo, donde he podido meditar largamente sobre todas las vivencias de los días de peregrinación en Tierra Santa. Aquí, en esta capilla franciscana, hago oración pausada y termino alabando al Señor.

Bajando de la Ciudad Santa llegamos a Emaús, el Padre Nicolás nos hace una descripción histórica, perfectamente contrastada, sobre la existencia y situación de esta aldea. Sus enseñanzas son magníficas y no las olvidaremos nunca.

Celebramos la Eucaristía en la Iglesia de la Manifestación del Señor. En su homilía, el Sr. Obispo nos vuelva a dar las enseñanzas precisas para el camino de nuestra vida: “cambia el nosotros esperábamos …, por el era necesario…”. Nos habla del perdón, porque lo hemos aprendido de Jesús: si quieres ser feliz, perdona….

Las lecturas fueron alusivas al pasaje evangélico y cantamos con unción “quédate con nosotros, porque atardece, quédate en nuestras vidas, en nuestras familias, camina siempre a nuestro lado”.

Camino de Hope, la bella, pasamos por la patria de los Macabeos, que significa “tu solo entre los dioses”.

Termina nuestro periplo por Tierra Santa. Volvemos al lugar de donde partimos, y, efectivamente, no solo ha sido “el viaje de mi vida”, sino algo mucho mejor, que ha sido sentir a Jesús, vivo, caminando junto a mí, “era tan fácil”. Mi fe ha crecido hasta el punto de querer seguir encontrándome con Jesús, en todo aquello que mi Iglesia Diocesana me ofrezca, que supongo que será mucho.

Estaré, asimismo, integrada en la Asociación Diocesana de Amigos de Tierra Santa, y, quien sabe, si algún día pueda volver a visitar el País de Jesús.

¡¡El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres!!.




Carmen Lacoba Blazquez