martes, 21 de abril de 2009

PEREGRINACIÓN A TIERRRA SANTA POR GINES RUBIO

La cosa empezó en Galilea (Hechos10/37) y para mi así fue, puesto que la peregrinación o ejercicios espirituales, comenzaron en Tiberias, al pié del Mar de Tiberiades.

A pesar de las reticencias iniciales para este viaje, influido por la situación política de la zona, y después de los trámites correspondientes, me encuentro en el avión camino de Tel Aviv, para, una vez allí, continuar viaje por carretera hasta Tiberias, donde comenzaba la primera jornada real de la estancia en Tierra Santa.

Ya los inicios en la capital israelí fueron muy interesantes, el acomodarnos en el autobús y conocer a todos los peregrinos y, especialmente, la acogida del Padre Nicolás, franciscano, el guía y consejero espiritual que habría acompañarnos durante todo el recorrido.

El primer día, por la mañana, nos desplazamos al Monte Tabor, el lugar donde tuvo lugar la Transfiguración del Señor. La subida es un poco complicada, pues los autobuses normales no pueden subir, por las curvas y estrechez de la carretera, aparte del mal estado de conservación de la misma. Dejamos los autobuses en la base del monte y en pequeños grupos vamos subiendo a microbuses, que nos trasladan a la cima de la montaña en un viaje que mas parece el recorrido de una montaña rusa. Alcanzamos la cima, esperamos a los restantes integrantes del grupo y visitamos la Iglesia de la Transfiguración. El Padre Nicolás lee el pasaje del Evangelio en que se describe el acontecimiento, así como un comentario sobre los elementos de la Iglesia, que comprenden, principalmente, las pinturas de la Transfiguración, Elías y Moisés, éste con las tablas de los Mandamientos en las manos. Empezamos a vivir nuestra peregrinación, comienzan los ejercicios espirituales. Es emotivo el comprobar que los lugares citados en los Evangelios existen verdaderamente, no son una historia más o menos bonita, los lugares son verdaderos y sus piedras nos hablan del paso de Jesús. Los restos del monasterio benedictino nos confirman estas emociones, pues comprobamos que, hace mucho tiempo, otros hombres vieron lo mismo que nosotros y se quedaron en aquel lugar. Las vistas desde este punto son impresionantes, acompañadas, en nuestro caso, por la música de acordeón y los cantos de un grupo de peregrinos rumanos, que hacían aún más espiritual el momento que vivíamos.

Caminamos a Caná de Galilea, donde tuvo lugar el primer milagro de Jesús. Visitamos la iglesia conmemorativa de este acontecimiento y celebramos una bella ceremonia, juntos todos los grupos que componemos la peregrinación, en la que los matrimonios renovamos las promesas matrimoniales y recibimos un pequeño obsequio de nuestro Obispo. La homilía, preces y bendición culminan este emotivo acto, que nos retrotrae al día de nuestro matrimonio.

No hay boda sin banquete y éste es el de la comida de este día, que tenemos en Nazaret, en un restaurante con el evocador nombre de “La fuente de María”.

Por la tarde continuamos con la visita a la Basílica de la Sagrada Familia y a la de la Anunciación, donde celebramos la Eucaristía que se dedica, principalmente, a los peregrinos que han elegido la vida religiosa. Nuestro Obispo les hace un pequeño regalo consistente en un lámpara de barro, como símbolo de que son transmisores de la Luz de Cristo en el mundo.

Regresamos al hotel, cenamos y luego damos un pequeño paseo por la ciudad, comentando los acontecimientos del día.

El segundo día nos levantamos temprano, desayuno en el hotel y, seguidamente, al autobús para iniciar las visitas previstas. Es un viaje precioso, pasamos por la ciudad de Magdala, donde los Franciscanos están realizando excavaciones, cruzamos por la zona de las Siete Fuentes y, finalmente, llegamos a Tabga, a la Iglesia del Primado de Pedro (Mensa Christi). Es un conjunto impresionante, a la orilla del Mar de Tiberiades y donde, según la tradición, Jesús establece el Primado de Pedro.

Celebramos la Eucaristía todos los grupos juntos, al aire libre, en uno de los espacios preparados al efecto en un hermoso jardín y a la orilla del lago. Espectacular. Maravilloso. Al lado, un grupo escultórico representando a Jesús y Pedro en el momento en que Jesús impone sus manos sobre la cabeza de Pedro. La emoción impregna nuestros corazones, parece que hemos viajado en el tiempo dos mil años atrás y, las figuras de bronce, van a tomar vida y a sentarse entre nosotros. La sencilla, sentida y ambientada homilía, eleva al máximo la espiritualidad de este momento.

Luego, terminada la Eucaristía, bajamos a la orilla del lago y nos humedecemos los pies en sus aguas y visitamos la Mensa Christi, que es la piedra donde, según la tradición, Jesús “preparó el desayuno a sus amigos” (D. Francisco).

Con los espíritus como os podéis imaginar, continuamos ruta hacia Cafarnaum, visita a la Casa de Pedro, la Sinagoga y las excavaciones realizadas. Seguimos viviendo en la nube de los primeros años de nuestra era.

Subidos en la nube, ascendemos al Monte de las Bienaventuranzas, a la Basílica allí construida, en la que, según la tradición, se encuentra la piedra sobre la que Jesús hizo el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. La vista es espectacular y el ambiente de absoluta meditación y contemplación, parece que todavía están en el aire las palabras de Jesús: “Bienaventurados …”, y que su espíritu nos acompaña.

Bajamos del monte y nos dirigimos al embarcadero del mar de Tiberiades, subimos a dos barcas de madera, que parecen reliquias de otros tiempos, y, tras el izado de nuestra bandera a los acordes de nuestro himno nacional, nos adentramos en las aguas, acompañados del canto de salmos. Son momentos únicos que culminan con la unión de las dos barcas en el centro del lago, sujetas con fuertes cuerdas y paradas. Las palabras de nuestro Obispo contribuyen a una mayor solemnidad y éxtasis del momento. Parecía como si, de un momento a otro, fuera a aparecer Pedro andando sobre las aguas.

Regresamos al puerto y nos dirigimos a comer, el menú incluye el “pez de San Pedro”.

Seguimos hasta Haifa, espléndida ciudad a orillas del mar, y durante la subida al Monte Carmelo, podemos contemplar el mausoleo y jardines persas del santuario Bahai, última religión sincretista.

En el Monte Carmelo, lugar donde los judíos sitúan la gruta de Elías, se encuentra el Santuario con la imagen de la Virgen del Carmen y el Niño, así como distintas advocaciones de la Virgen. También visitamos la gruta de Elías.
Las vistas de la ciudad desde el Monte Carmelo son impresionantes, así como las del santuario Bahai.

Regresamos al hotel en Tiberias, después de un día completo en el más amplio sentido de la palabra, llenos de las experiencias vividas, especialmente en la mañana de este día.

El tercer día iniciamos la ruta viajando hasta el río Jordán. Llegamos a su orilla y contemplamos las aguas donde Jesús fue bautizado y donde, también nosotros, después de la ambientación por parte de nuestro Obispo, volvemos a ser bautizados en la fe.

Continuamos viaje, esta vez por el desierto de Judea, hasta llegar a Qumran, lugar donde fueron descubiertos los “Rollos del Mar Muerto”. Estos manuscritos, confeccionados por los esenios contienen textos de la Biblia que, transmitidos oralmente, fueron copiados por los esenios y escondidos en ánforas de barro. Nuestro guía nos explica detalladamente quienes eran los esenios, como vivían y también las circunstancias del descubrimiento de los manuscritos. Visitamos el centro de interpretación allí existente, así como las excavaciones realizadas en los alrededores.

Bajamos hasta el Mar Muerto y nos introducimos en sus densas aguas y bajo el intenso calor de estas tierras. Continuamos hasta Jericó, donde comemos.

Por la tarde viajamos hasta Betania, visitamos el Santuario de San Lázaro y recordamos la muerte y resurrección de este gran amigo de Jesús. Celebramos la Eucaristía, dedicada especialmente a los difuntos de los peregrinos. Fue de una particular emoción el recordar a familiares y amigos que ya no están con nosotros en la tierra, pero que permanecen vivos en el corazón.

Ya están pisando nuestros pies …Llegamos a Jerusalem. Es emocionante el ver las murallas y puertas de la Ciudad tres veces santa, en la que viven los fieles de las tres religiones monoteístas, que los tres grupos tienen a la ciudad como santa, pero que viven completamente separados, ignorándose en el mejor de los casos. No obstante, la primera impresión que se percibe es la de seguridad y tranquilidad, cada uno vive su vida sin implicarse con los demás.

En esta primera toma de contacto con la ciudad, visitamos el Muro de las Lamentaciones y oramos ante él.

Al día siguiente, domingo, cuarto día de nuestra peregrinación, visitamos Getsemaní, el Huerto de los Olivos y la Basílica de la Agonía. Iniciamos el camino por esta ciudad percibiendo la aceptación de Jesús de su Pasión, sintiendo que a nosotros nos cuesta el aceptar nuestras cruces, no entendemos, preguntamos el por qué, cuando lo importante sería preguntarse para qué. Jesús acepta sin más y eso, aquí, en este lugar, nos hace recapacitar y aceptar los avatares de nuestras vidas.

En este ambiente, celebramos la Eucaristía, siendo el signo de especial atención las personas que han perdido a su cónyuge, las viudas y viudos peregrinos. Una pintura nos recuerda la oración de Jesús, encontrándose al pié del altar la piedra sobre la que, según la tradición, Jesús oró.

Llenos del ambiente de la Eucaristía celebrada, caminamos hacia la iglesia llamada El Sepulcro de la Virgen, que es una preciosa iglesia ortodoxa con una gran profusión de lámparas e iconos, accediendo a la gruta en la que, según la tradición, se encuentra el sepulcro donde fue depositada María antes de su ascensión a los cielos.

Continuamos hacia el lugar en el que se venera la Ascensión de Jesús a los cielos. Es impactante que, un lugar que debería ser de un culto extraordinario, se circunscriba a un gran solar, desprovisto de cualquier tipo de plantas, sin un solo indicio que anuncie el lugar donde nos encontramos. En el centro de este espacio se alza un pequeño templete octogonal, en cuyo interior se encuentra la piedra desde la que Jesús ascendió a los cielos. Esta visita se puede realizar gracias a la benevolencia de los musulmanes, que son los propietarios de estos terrenos, pero únicamente conceden autorización a los cristianos para celebraciones en la Vigilia de la Ascensión. ¡Poca disposición para tan importante acontecimiento!. Nuestra oración “que un día yo también pueda acompañarte en tu Ascensión”.

Descendemos del Monte de los Olivos y llegamos a Dóminus Flevit, lugar donde “el Señor lloró”. En la basílica allí construida, que tiene forma de lágrima, nos encontramos con evidentes signos de los hechos que aquí se recuerdan: los bajorrelieves de la “entrada de Jesús en Jerusalén”, el mosaico del altar con la “gallina protegiendo a sus polluelos”. Todo nos evoca aquellos momentos previos a su supremo sacrificio, así como su profecía sobre el futuro de su tan querida ciudad.

Los Franciscanos nos acogen en su Casa Nova para la comida y, después de un rato de reposo, iniciamos el recorrido de la tarde.

Accedemos a la Capilla de la Flagelación. Comienza la tragedia. En sus distintas capillas se conmemoran los sucesos del Pretorio: la flagelación, la coronación de espinas y el Ecce Homo. Terribles momentos iniciales de su Pasión y aquí, también nosotros, iniciamos el Vía Crucis, el recuerdo del camino hacia el Calvario de Jesús.

Es impresionante. También nosotros, como debió ocurrir hace dos mil años, pasamos entre la multitud y nos sentimos un poco encogidos, mirados por los mercaderes que allí, en la Vía Dolorosa, tienen sus comercios. Nuestras oraciones y reflexiones no tienen eco entre los que nos rodean, nos miran, creemos que con indiferencia. Nos encontramos y cruzamos con hermanos cristianos de otras confesiones y con la mayor indiferencia, cuando, pienso, deberíamos estar mas unidos, ir juntos y proclamar nuestra única fe. El camino se hace lento, en muchas ocasiones presionados por la gran multitud que nos rodea, pero, si hoy, nosotros, nos sentimos doloridos viviendo este ambiente, ¿Cómo debió sentirse Jesús en aquel trance, cuando, además, durante su vida solo había hecho el bien a cuantos le rodeaban?. El dolor físico no debió ser nada, comparado con el moral ante tanta incomprensión e ingratitud. Y todo esto lo padeció por nosotros, por nuestra salvación. ¡Qué decir!.

Y llegamos al final del camino, el Santo Sepulcro.

Si multitudinario ha sido el paso por la Vía Dolorosa, no lo es menos la entrada y estancia en este lugar, que debería ser como el centro del reinicio de nuestras vidas, no en vano aquí Jesús culminó su Redención y marcó el comienzo de su regreso a la Casa del Padre. Desde la contemplación del Calvario, hasta el Sepulcro del Señor, es un amplio recorrido por aquellos momentos finales de su paso por la tierra: la estancia en la prisión, esperando el cumplimiento de su pena, la Capilla de los Improperios, el Calvario, donde todo se culminó, la piedra de la Unción, donde su cuerpo fue lavado, la gruta de la Invención de la Cruz, las distintas capillas que rodean el Santo Sepulcro, en especial la de Adán (conjunción del primer hombre del Antiguo Testamento con el primero del Nuevo). Estos lugares, junto con las celebraciones de los distintos ritos que allí tienen cabida, hacen aún más complicado el concentrarse y situarse en el significado de cuanto aconteció.

Pero esta sensación de que algo nos faltaba fue superada por el final de esta jornada: nuestro reencuentro con Getsemaní y la celebración de una incomparable Hora Santa en recuerdo y esperanza de todo lo que hasta ahora llevamos rememorado. Aquí las palabras no fluyen como quisiera, para poder expresar el cúmulo de sentimientos que nos embargaban. Increíble: celebrar en Jerusalem el Día del Señor, viviendo todos y cada uno de sus pasos en aquellos momentos de su entrega final. Para recordar durante mucho tiempo.


El lunes salimos temprano hacia Belén, el lugar donde siempre es Navidad, y celebramos la Eucaristía en la Basílica de Santa Catalina, de los Franciscanos, donde los jóvenes son hoy los protagonistas y, en su homilía, el Sr. Obispo nos exhorta a recordar a nuestras familias como en la Navidad y finalizamos cantando villancicos Noche de Paz”.

Seguimos hacia la Basílica de la Natividad, atendida por ortodoxos griegos y armenios, decorada con un gran número de lámparas y conservando una buena muestra de mosaicos y del artesonado constantiniano. Descendemos a la Gruta de la Natividad y nuevamente la emoción del lugar y el momento nos embarga. Besamos la estrella de plata que conmemora el lugar donde nació Jesús y es perceptible la sensación de paz que nos invade.

Hemos pasado en unas pocas horas de la angustia del Crucificado a la inmensa alegría de la Natividad, y, ahora, caminamos al Campo de los Pastores, a visitar su Santuario y a celebrar con ellos el nacimiento de Jesús, a cantar “Gloria in excelsis Deo”, como aquella primera vez.

Después de la comida nos dirigimos a Ain Karem, el lugar de nacimiento de Juan el Baustista, caminando hacia la Basílica de la Visitación, donde tuvo lugar el encuentro de María con su prima Isabel. Es empinado el camino que conduce a la basílica y podemos comprender el esfuerzo de María para atender a su prima en aquellos agrestes lugares. Aquí se recuerda el canto de María, el Magníficat, que, además, se encuentra escrito en múltiples idiomas en cerámicas que figuran en las paredes. También nosotros lo cantamos.

Si aquí tuvo lugar la visita a Isabel, aquí también se encuentra la Iglesia de San Juan Bautista, en la que se encuentra la gruta donde tuvo lugar el nacimiento de Juan. Al igual que en la Basílica de la Visitación, aquí nos encontramos y rezamos el Benedictus, contemplando las cerámicas existentes en distintos idiomas.

Es esta la última visita del día, pero no lo concluimos aquí, sino que nos reunimos todos en un salón del hotel para despedir al primer grupo que retorna a España, y hacer una pequeña evaluación de lo vivido hasta estos momentos.

No habían terminado los acontecimientos pues, nuestro Obispo, propone la creación de la Asociación de Amigos de Tierra Santa de la Diócesis de Coria-Cáceres, que es aceptada por todos los asistentes y se constituye un grupo de 33 peregrinos, a fin de constituir el núcleo de la futura asociación. Se tratará, fundamentalmente, de transmitir en la diócesis el sentimiento de colaboración para promover peregrinaciones y ayudas a las instituciones que trabajan por el mantenimiento y promoción de los Santos Lugares. También se nos hace entrega del diploma de peregrinos.

Iniciamos el nuevo día con la visita a San Pedro Gallicantum, preciosa basílica que representa aquel pasaje de la Pasión, la negación de Pedro. Se dice que en este lugar se encontraba el palacio de Caifás y que en sus mazmorras pasó Jesús la última de sus noches. Tan impresionante es evocar las muchas veces que yo, Señor, te he negado, como las angustias de Pedro cuando fue consciente de su acción. Las excavaciones que visitamos rememoran el horror de cuanto sucedió allí mismo hace dos mil años.

La Eucaristía, celebrada en aquel mismo lugar, es dedicada a las personas solteras que dedican su vida a los demás, a través de las distintas asociaciones y grupos de la Iglesia. En la Acción de Gracias, nuestro Obispo entrega a los franciscanos que nos acompañan un recuerdo de nuestra tierra y a los voluntarios un crucifijo.

Continuamos nuestro camino con la visita al Cenáculo y aquí siento, percibo más bien, que me encuentro en uno de los puntos culminantes de nuestra peregrinación: Es el lugar donde Jesús se quedó con todos nosotros, donde instituyó la Eucaristía y se hizo presente con aquel acto para todas las futuras generaciones. “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo. Tomad y bebed, esto es mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía”. El momento es muy emotivo. Los comentarios del Padre Nicolás y las oraciones por los sacerdotes y, especialmente, por nuestro Obispo, culminan una de las visitas, para mí, más reconfortantes y estimulantes de toda la peregrinación.

Al salir del Cenáculo, visitamos la tumba de David, lugar muy visitado también por los judíos, donde oramos durante unos momentos para seguir con la visita a la Iglesia de la Dormición de la Virgen, lugar donde según la tradición, María esperó su ascensión a los cielos. Existen un sinfín de capillas con distintas advocaciones de la Virgen, entre ellas una de la Virgen de Guadalupe, en su advocación mejicana.

Atravesamos el Cardo máximo, con sus restos de inmensas columnas y excavaciones y caminamos hacia Casa Nova, la casa de acogida franciscana donde comemos.

La tarde la tenemos libre y, después de un corto camino por la zona de tiendas, me marcho hacia la iglesia del Santo Sepulcro, para visitarla con el detenimiento y tranquilidad que no tuve el primer día que estuve allí. Ahora la visita es mucho mas reposada, tratando de comprender cada uno de los misterios y recuerdos que permanecen entre sus paredes. El silencio en la capilla de los franciscanos, solamente roto por la melodía de sus cantos gregorianos, y el paseo por el círculo de columnas en semipenumbra, me hacen vivir un poco más intensamente las experiencias de este casi último día en Tierra Santa.

Y llega el final de nuestra peregrinación. Con este pensamiento caminamos hacia Emaús, curiosamente como aquéllos discípulos que habían vivido los acontecimientos de la Pasión y volvían a su tierra, desconcertados por aquel final insólito e inesperado, pero con la diferencia de que nosotros sí sabíamos lo ocurrido, nosotros caminábamos también en su compañía, pero siendo conscientes de ello, pues también nosotros le conocemos “al partir el pan”. Con la celebración de la Eucaristía y el recuerdo de estos acontecimientos, recorremos el camino hacia el aeropuerto, visitando el puerto y pasando por el puerto de Hope y la Iglesia de San Pedro, la comida en ruta y vuelta al tiempo actual, con sus controles, pasaportes, vuelos y regreso a nuestra ciudad.

El camino ha sido largo y acelerado, pues hemos recorrido y visto multitud de paisajes en muy pocos días, pero diría que la experiencia ha sido magnífica, que ha sido la confirmación de que mi fe tiene un sentido, que lo que creo ocurrió, que es, en el peor de los casos, histórico y, en la realidad, la confirmación de la verdad de nuestra fe.

Gracias.



Gines Rubio Blasco